Foto: Mayte Arnáiz |
Una ciudad es un ser vivo.
Palpita cada una de sus calles. Tiene arterias que a menudo se taponan como
consecuencia de una muy mala salud. Fuma gases tóxicos. Duerme poco, aunque
cuando lo hace su ritmo se ralentiza y se vuelve calmada. Pasearla es
acariciarla, es tocar las cicatrices que el tiempo ha dejado en ella. Aquí un
bombardeo, ahí un asesinato, más allá un atentado. También es recorrer la piel
que ya han tocado otro amantes que llegaron antes que nosotros; artistas, reyes
y putas.
Tuve la gran suerte de haber dado
el primer berrido en Madrid, y desde entonces esta ciudad me ha visto llorar
tantas veces como me ha escuchado reír. Ha guardado secretos como la mejor de
las amigas, me ha acompañado cuando he querido estar sola. Me alimenta con una
vida cultural que a veces creo que no nos merecemos, y cada rincón tiene
grabado un recuerdo.
A veces paseo por el Barrio de
las Letras preguntándome si mi pié está dando contra la que una vez fue la
pisada de Góngora. Pienso que José Cadalso desenterró a su amada para darle un último
beso en el cementerio en el que ahora se encuentra la magnífica floristería El
Jardín del Ángel. Que cerca del Instituto Italiano, la princesa de Éboli se
encontraba en secreto con Antonio Pérez, secretario real de Felipe II, siglos
antes de que Mariano José de Larra se volara la cabeza por amor. Sí, Madrid ha
sido y es una cortesana ocupada, y sus amantes se cuentan por miles. Yo, me
siento afortunada de ser uno de ellos, porque cuando la recorro se entrega a mí
de tal manera que parece que ella viva por mí y yo por ella.
Este diario de Madrid pretende
unir el pasado y el presente; anécdotas, imágenes, personajes. Hablaremos de
arte, de poesía, de bares y paseos, pero, más allá de todo eso, este diario es
una declaración de amor para ti, Madrid, que me encuentras cuando me busco.
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