Si tuviera que elegir un contrincante para batirme en duelo
por el amor de esta ciudad, este sería sin duda alguna Ramón de Mesonero
Romanos.
De buena familia salmantina de ideales liberales, pronto tuvo
que hacerse con el negocio familiar al morir su padre, siendo Ramón aun muy
joven. Sin embargo esto no le impidió ejercer de escritor y periodista, pero
sobre todo de retratista de las costumbres y encantos de la capital, que será
una constante referencia en sus obras, una musa a la que le dedicará sus
letras.
Fue uno de los fundadores del
Ateneo de Madrid en el palacio de Abrante (aunque en la actualidad se encuentre
en la Calle del Prado), institución dedicada la difusión de los avances científicos
y de la literatura española, a través de ciclos de conferencias y de la formación
de una biblioteca que en la actualidad es su mayor tesoro.
Mesonero Romanos era además asiduo de las reuniones en el
Parnasillo, ese café de escritores en la Calle del Príncipe, donde se reunían
también Mariano José de Larra o José de Espronceda.
Fue nombrado funcionario e inspector de obras públicas y participó
activamente en la renovación urbanística, para lo que pasó varios meses en el
extranjero, estudiando ciudades como París, Londres o Bruselas. Y proponiendo
mejoras en una ciudad que se quedaba atrasada con respecto a Europa.
Pero si por algo es recordado El curioso parlante, el seudónimo
con el que firmaba sus artículos, es por los relatos costumbristas de la Villa
de Madrid. Sin pretensiones, sin críticas, Mesonero Romanos se acerca a los
madrileños con la misma humildad y gracia con la que ellos viven. Mientras que
otros trataban la situación política y la verdadera historia del momento, él se
concentró «en aquellos pormenores y
detalles que por su escasa importancia relativa o por su conexión con la vida
íntima y privada, no caben en el cuadro general de la historia, pero que suelen
ser, sin embargo, no poco conducentes para imprimirla carácter y darla colorido».
Nunca idealizó Madrid, e incluso supo hacer humor de
nuestras carencias, y siempre se quejó de que nuestro modesto Manzanares no
pudiese compararse a otros ríos caudalosos como el Sena o el Támesis. Pero es
que su Madrid son los madrileños, son las calles llenas de historia de las que
habló en Escenas
Matritenses, donde la ciudad se
retrata a través de las anécdotas de sus habitantes. También propuso guías por
el Madrid antiguo (seguiremos alguna en esta página) donde reunía datos y
acontecimientos en los lugares destacables de la capital.
¿He dicho que su Madrid es el de
los madrileños? Eso no es cierto, es también el de los visitantes que se
encuentran por primera vez con esta ciudad de encantos ocultos que a veces has
de mirar dos veces, que ha sido maltratada, derribada y construida de nuevo una
y otra vez, donde un palacio del siglo XIX tiene que rozarse con el impersonal
cemento y aluminio de una torre de oficinas, pero una ciudad llena de detalles,
de rincones y de personas que la hacen mágica. El Madrid de Mesonero Romanos
desfila por la calle tras la ventana de un café en el que disfrutas de un chocolate
con churros mientras miras la vida pasar.
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