martes, 30 de abril de 2013

MANUELA MALASAÑA



Que la guerra es el invento más deleznable del ser humano no hay quien lo discuta. Vemos las imágenes y pensamos que ellas deberían educarnos para que no volviese a pasar, y sin embargo pasa. Ese fue uno de los propósitos de Los desastres de la guerra, informar, pero también sacudir el alma del espectador, una llamada de atención que le hiciese desear que eso nunca volviera a pasar. Pero pasó, pasa y pasará.

El 2 de Mayo del 1908 soldados franceses entraron en el Palacio Real para llevarse al infante Francisco de Paula, hijo de Carlos IV. El pueblo de Madrid sabía bien que significaba eso, las fuerzas napoleónicas pretendían reinar en España. Una llama de patriotismo, o tal vez de miedo por no querer que extranjeros pudieran cambiar la que era nuestra identidad, hizo que el pueblo de Madrid se levantara contra el invasor en una sangrienta contienda de la que Francisco de Goya hizo todo un reportaje al más puro estilo de los fotógrafos de guerra del siglo XX. Como toda contienda, se llevo a seres humanos maravillosos fuera de un enfrentamiento que no iba tanto con ellos como con los poderosos que se mantenían seguros en sus palacetes, haciendo el trabajo «logístico». Cuántas vidas cortadas, qué escenas tan terribles.

En estas circunstancias siempre se busca un personaje que represente a muchos. Un nombre que sirva de homenaje a los olvidados. En Zaragoza fue Agustina de Aragón, nuestra Juana de Arco particular, y en Madrid una menos guerrera Manuela Malasaña.

La señorita Malasaña no era una dama de alta cuna, ni siquiera de clase media, era una costurera de quince años con raíces francesas (¡Qué ironía!), que vivía en la calle San Andrés Nº4, muy cerquita de la Plaza de Bilbao.
La leyenda quiso hacerla activa en la lucha contra los franceses, y dicen que luchó en el Parque de Artillería de Monteleón, actualmente la Plaza del Dos de Mayo, donde el capitán Daoíz entregó armas al pueblo.
Pero lo más probable es que asustada por los fuegos que se oían en la zona, se quedara refugiada en el taller de costura en el que trabajaba. Al abandonarlo más tarde se cruzó con un par de soldados franceses que le acusaron de esconder armas y le pegaron un tiro en la cabeza. Fuera como fuese, una improvisada soldado, o una víctima de la barbarie que asoló toda la zona de Bilbao a Gran Vía y de Fuencarral a San Bernardo, lo cierto es que Manuela terminó entre los montones de muertos y que, como cuenta Galdós, la zona se inundara “de gente del pueblo, especialmente de mujeres, que reconocían los cadáveres”.

A Manuela Malasaña se la enterró en el cementerio del Hospital de la Buena Dicha, en la calle Silva, a pocos metros de donde encontró su muerte. El cementerio desapareció y con él sus restos y los de otros cientos de madrileños que lucharon por una nación que terminó liberada, sólo para ponerse un yugo más pesado, el de Fernando VII.
Sólo quince años, nunca pisó la tierra de su padre, que de la noche a la mañana se convirtió en enemigo de su ciudad, de su barrio. Un retrato en el Museo de ejército la representa más mujer, más valiente, más pudiente. Nada que ver con una costurera, demasiado joven para conocer los desastres de la guerra.

Sirva ella de homenaje a los que cayeron por las decisiones de los poderosos. Un recuerdo a los que, por no tener nada que perder, se convirtieron en héroes y mártires por una clase que ni siquiera les miraba. Que nunca olvidemos que el Dos de Mayo no simboliza el patriotismo, sino el poder del pueblo.

viernes, 26 de abril de 2013

YO SERÉ TU SEGUIDOR, YO CONTIGO HASTA MORIR


Amistoso entre el Athletic y el Atlético en 1913

La pasión en el fútbol se puede entender de muchas maneras. Hay una muy particular, que no única. Algunos se atreven a decir que es un estilo de vida, incluso una forma de pensar. Metáforas aparte, la realidad es que hoy un equipo balompédico español cumple 110 años de vida: el Atlético de Madrid. ¡Felicidades!

“Qué alegres son los colores, de tus rayas roja y blanca”, reza uno de sus himnos. Aunque actualmente identificamos el rojiblanco con el conjunto del Manzanares, su primer uniforme fue blanquiazul. Si analizamos sus orígenes, parece que nació en una mezcla de melancolía y rencor. Fue fundado el 26 de abril de 1903 por un grupo de estudiantes vascos de la Escuela Especial de Ingenieros de Minas que residían en la capital, con la idea de formar un filial del Athletic Club, y de socios disidentes del Madrid CF, una escuadra con apenas un año de vida. Ellos son los ‘culpables’ de que viera la luz el Athletic Club de Madrid. Es el resultado de una reunión que había empezado la noche anterior.

“Eres de España aureola y del fútbol el coloso”. Eduardo de Acha es el segundo presidente del club, aunque el verdadero ingeniero del proyecto. En uno de sus viajes a Bilbao, contactó con los ‘leones’ para un asesoramiento de todos los trámites necesarios con el objetivo de ‘construir’ una sucursal en la ciudad madrileña, una idea bien acogida. Les proporcionaron los estatutos, el escudo e incluso posteriormente les ‘cedió’ futbolistas para la disputa de la Copa de España. Sustituyendo a Enrique Allende, se convirtió en el capitán de la nueva sociedad la misma temporada de su institución. Abandonó su cargo el 20 de febrero de 1907, el día en el que el Atlético de Madrid de ‘emancipaba’ de su patrón vasco.

“Eres siempre tú el primero por tu juego sin igual”. El primer partido de la historia colchonera data del 2 de mayo, fecha que no fue escogida precisamente al azar: Era la conmemoración de la Guerra de la independencia. El escenario fue un campo que había detrás de las tapias de El Retiro, en lo que actualmente se conoce como la calle de Menéndez Pelayo. Fue protagonizado por 24 socios y arbitrado por el tesorero, Enrique Goiriki. Dos rivales de doce jugadores cada uno. En un lado, equipados de azul y blanco y el otro todo de blanco. Probablemente ha sido la única vez que el Atlético de Madrid haya tenido la misma camiseta que su eterno rival. Todo quedó en familia. Tanto, que se desconoce el marcador final.

“Cuando al quedar vencedores, todo el público te aclama”. En 1904 Madrid lucía ya dos equipos del deporte rey. Fue el mejor momento para disputar el primer derbi. Había lazos de amistad entre ambas aficiones. Tal vez por ello no dolió tanto el 6-0 que les endosaron los merengues. Pero la (diplomática) venganza es un plato que se sirve muy frío. El 6 de diciembre de 1906, en su primera participación en un torneo oficial, el Athletic venció por una ‘manita’ (5-0) a su rival. El reto estaba lanzado… 


Víctor Goded

Fuente: Wikipedia
Sentimiento rojiblanco

lunes, 22 de abril de 2013

EL JARDÍN ESCONDIDO


En la mismita Plaza de la paja, haciendo esquina con la calle Segovia, se esconde un pequeño tesoro del XVIII, que se nos había ocultado a los madrileños hasta hace unos años: El Jardín del Príncipe de Anglona.
Perteneciente a la casa palaciega a la que está pegado, casa que perteneció al consejero real de los últimos años de Fernando el Católico y primeros de Carlos I, Francisco de Vargas, su aspecto tal y como lo conocemos data del siglo XVIII, junto a la restauración del edificio ordenada por los Marqueses de la Romana, que buscaba un aire más neoclásico, a tono con los cánones arquitectónicos de La Ilustración.


Abierto al público desde el 2002, cuando el ayuntamiento de Madrid ocupó el primer piso del edificio, el jardín es un diminuto oasis donde conviven el canto de los pájaros con el tráfico cercano y las perennes obras en la zona. Cuatro parches de césped enmarcados con setos bajos rodean la fuente baja central de granito, que está, desgraciadamente, fuera de funcionamiento. El pavimento empedrado no apto para tacones, dibuja graciosas formas alrededor de la vegetación.
Al fondo, pegando a la fachada que da a la Calle Segovia hay un par de zonas de césped más, con bancos que invitan a sentarse a la sombra, y una preciosa pérgola, gemela de la que se encuentra en la entrada, que a finales de la primavera se llena de rosas.

En una esquina, tal vez el rincón más peculiar, hay una plataforma de ladrillo con un bonito cenador, donde no es raro ver por las tardes chavales estudiando, o parejas jóvenes que llevan allí a jugar a sus hijos.
Lo más curioso es la cantidad de clases distintas de árboles y setos que se pueden encontrar en un lugar tan pequeño. Plátanos y acacias, combinan con arbustos como madroños, laureles o lilos.
Un lugar para perderse con un buen libro en las tardes de verano. 

jueves, 18 de abril de 2013

CARTAS A LORRAINE (O LOS AMORES DEL 2 DE MAYO)

Lo expuesto a continuación es la primera de una serie de cartas encontradas en un viejo escritorio. Desconozco si alguna vez fueron recibidas por su destinatario o siquiera enviadas.

Palacio del Buen Retiro, grabado de Juan Álvarez de Colmenar, principios del siglo XVIII



Madrid a 16 de Marzo de 1808


Mi estimada Lorraine,


Perdona mi demora en escribirte estas líneas. Si supieras...si llegases mínimamente llegar a comprender la situación en que se encuentra la ciudad que vio nacer nuestro amor. Se me escapan las palabras para describirte lo que ocurre a nuestro alrededor.

¿Recuerdas nuestros paseos por las calles de Madrid? Como nos reíamos entonces al ver a tus compatriotas franceses pasar a nuestro lado, tu me hablabas de vuestras costumbres y yo, confieso que cuando no me interesaban, te callaba con un beso. Como recorría las calles cogido de tu mano intentando ser yo quien te contase la historia que teníamos alrededor.

Ay, mi petite amie, si llegases a ver a través de mis ojos lo que yo veo. Aquel parque del que yo tanto me enorgullecía, aquel del que te conté mil veces que gracias a nuestro buen rey Carlos III al fin podíamos disfrutar todos, aquel que me servía para hacerte fruncir tu ceño, comparándolo con tus Campos Elíseos, y disfrutar de los hoyuelos de tu boca cuando intentabas enfadarte. Ay, mi buen Retiro yace ahora pisoteado y maltrecho por las botas y escupitajos de soldados franceses.

Pasean a sus anchas, Lorraine. Allá donde pisan Madrid no vuelve a ser la misma. Hacen de nuestras casas las suyas echándonos a las sucias calles que tan dedicadamente se molestan en manchar antes.

Pagamos la batalla que tuvo lugar allá en el sur, en un sitio llamado Trafalgar. Te confieso que desconozco si realmente existe tal sitio, pues sabes que nunca salí de esta mi ciudad, aunque ansío reunirme contigo en París o cualquier otro lugar. No conozco, decía, si existe o no, pero me cuentan mis compañeros que así es, y que tuvimos que acudir junto a Napoleón por un acuerdo al que llegó nuestro rey, no nosotros. Y ahora pagamos aquella derrota, la pagamos nosotros, no él.

Y se ríen, Lorraine, sobre todo él, nuestro rey, aquel al que llaman Carlos IV. Cualquier calle en la que te detienes puedes escuchar sus carcajadas. No lo decimos sólo nosotros en la penumbra de esas tabernas, que no te gusta que frecuente, rodeado de mis amigos, conocidos y alcohol barato, incluso los pudientes empiezan a murmurar, a demostrar su malestar. Y no es el rey el único que se ríe, su primer ministro Godoy juega con el poder a su antojo mientras nosotros nos tenemos que limitar a observar lo que ocurre a nuestro aldededor. Dicen que ha huido hacia Aranjuez pues hace días que no se le ve.

Te cuento esto porque es a Aranjuez a donde parto. Me han hecho saber que la familia real acudirá en los próximos días. No voy sólo, Lorraine, vamos todos los posibles, incluso algunos nobles nos acompañarán en nuestro viaje para apoyar que nuestro Deseado Fernando porte la corona. Partimos hoy, en unos instantes me reuniré con Ventura, José y Quirós en la Cuesta de San Vicente. No sé si tienes recuerdo de ellos, son aquellos que nos perseguían entonando serenatas envalentonados por el vino, aunque quizás lo dudes son buenos muchachos. No temas por mí pues tan sólo acudimos a demostrar nuestro descontento.


Prometo escribirte de nuevo tan pronto hayamos regresado, aunque para entonces no hayas recibido aún esta carta.

Siempre tuyo,

J.

jueves, 11 de abril de 2013

MUSEO DEL ROMANTICISMO


Entre las pequeñas joyas que tiene Madrid, se encuentra un palacete neoclásico en la calle San Mateo 13, que se convirtió en el sueño de Benigno de la Vega-Inclán, mecenas de las artes españolas y promotor del Museo del Greco en Toledo y del Museo Sorolla, que quiso regalarle a la capital un trozo del XIX español, convirtiendo la que fue residencia de los Condes de la Puebla del Maestre, en un parche dentro de una calle donde abundan los bares y los pequeños negocios de barrio. Pisar su entrada es montarse en una maquina del tiempo que nos transporta al Romanticismo español. 

Una servidora tuvo la suerte de visitarlo antes de una reforma que duró ocho largos años, y he de decir que el lavado de cara es para mejor. 
El principal encanto del Museo del Romanticismo, es que no es propiamente un museo, es una invitación a un palacete decimonónico que nos permite, a través de sus estancias, dibujar el contexto español de una época. 
Salón de baile

Con una pinacoteca envidiable, que va desde los retratos costumbristas de la burguesía a esas pequeñas joyas que son Sátira del suicidio romántico y Sátira del suicidio romántico por amor de Leonardo Alenza, ambos donados por el Marqués de Cerralbo (de cuyo museo hablaremos en otra entrada), las paredes de cada sala no dejan un hueco libre, adaptándose por completo a las costumbres decorativas de hace dos siglos. 

Sátira del suicidio romántico


En él entendemos mejor la turbulenta situación política que pasaba España. El final del reinado de Fernando VII, La Revolución de 1868 (La Gloriosa) que obligó a Isabel II a exiliarse a Francia, el  extranjero, y maltratado por la historia, Amadeo de Saboya, que sirvió de transición hasta que fue proclamada la Primera República... Pero también nos muestra los detalles más nimios del día a día en un palacete del diecinueve. Desde las costumbres y deberes de las mujeres, a los juegos sociales de los caballeros, de la melancolía fatal de Mariano José de Larra (del que conserva su famoso retrato) a los juguetes y la infancia de aquel entonces. 

Entre sus objetos más curiosos destaca un retrete en el que posó sus reales nalgas el rey Fernando VII, la cama de estilo imperio del dormitorio femenino, o un magnífico piano Pleyel encargado por la reina Isabel II. Cada estancia merece el tiempo y el mimo suficiente para no dejar escapar un detalle, por lo que más de una visita se hace necesaria si quieres quedarte con tanta belleza y tantos fetiches. 

Estancia femenina

Si además sales con hambre, o si sencillamente una tarde se te antoja un lugar coqueto para disfrutar de una taza de té y una selección de tartas caseras, el museo ofrece un escenario único en su Café del Jardín, que se puede visitar sin necesidad de entrar a la exposición. 

El Museo del Romanticismo es además un lugar interactivo, donde se celebran talleres infantiles, conciertos y visitas guiadas, todo esto, por supuesto, llamando antes para asegurarte una plaza. 

Café del jardín

En definitiva, una visita ya obligada en Madrid que te deja un sabor tan melancólico como agradable, y que invita a plantarse un miriñaque o un sombrero de copa e irse de paseo en calesa por el Retiro.

miércoles, 10 de abril de 2013

EL PALACIO DE LINARES




Hacía casi quinientos años que Colón llegase a las Américas por una especia de malentendido. Madrid, España en general, se disponía a conmemorar tal acontecimiento cuando los telediarios comenzaron a abrir con una noticia, cuanto menos, sorprendente: las voces de la pequeña Raimunda.

Si caminamos alrededor de la plaza de Cibeles nos encontraremos cara a cara con lo que un día fueron los antiguos almacenes de cereal construidos para paliar cualquier caso de falta de abastecimiento. Allí, en lo que una vez fuesen los antiguos Molinos de Plata y el Pósito Real de Madrid (los almacenes mencionados), se alza el Palacio de Linares, o, como es conocido hoy día, la Casa de América.



El edificio se abrió de cara al público tras una larga rehabilitación en 1992, coincidiendo con el aniversario del descubrimiento de América, acogiendo desde entonces exposiciones, cursos... Pero poco antes el Palacio de Linares saltó a nuestras vidas por una noticia que daba Televisión Española en la que una desconocida por entonces doctora, llamada Carmen Sánchez de Castro mostraba unas psicofonías en las que escuchábamos a una niña que decía: “Mamá, mamá… Yo no tengo mamá”. A una mujer se lamentaba: “Mi hija Raimunda… Nunca oí decir mamá” y otra que recogía una voz masculina que exclamaba: “¡Fuera… no, aquí no!

¿De dónde procedía estas supuesta historia?

Empieza la historia de nuestro emblemático edificio de hoy en el año 1872, cuando José de Murga, primer marqués de Linares decidió adquirir un solar de unos tres mil sesenta y cuatro metros al ayuntamiento de Madrid. Dicho marqués presumía de liberal, hecho que demostró a su hijo firmándole que no creía en los matrimonios de conveniencia y que, si debía casarse, lo hiciese por amor. Si llegase el caso aceptaría incluso a una joven de condición más baja que la suya, así de moderno era nuestro marqués.

Una mañana, o quizá se tratase de una tarde, el hijo de tan moderno marqués, llamado también José, llegó a su casa confesando a su padre lo locamente enamorado que estaba de la hija de una estanquera de la calle Hortaleza. Sus palabras cayeron en saco roto hasta que poco después declarase la relación que mantenía con Raimunda, nombre de la hija de la cigarrera, y las intenciones que tenía de casarse con ella. El marqués cambió su semblante moderno y decidió mandar a su hijo a Londres, alejando a los enamorados.

Suponemos que el joven José de Murga pasa un tiempo en Londres, aprendiendo lo mejor y lo peor que pudo de cada situación, para al final regresar a Madrid. Regresa a la muerte de su padre, siendo así el heredero del título. Sin una figura paterna que le reprochase sus paseos y miradas indebidas, José visita a su amada y cumple lo que dejó pendiente años atrás: marqués e hija de estanquera acaban por contraer matrimonio.

Días, años, o quizá meses después de tan felices nupcias, José deambula por la casa y se entretiene abriendo y cerrando cajones investigando su contenido. Cuál sería su sorpresa al encontrar una carta de su padre que no le fue entregada. En aquella misiva José descubrió que su padre había sido infiel a su madre, descubrió la relación adultera que había mantenido con una estanquera, de una calle cercana llamada Raimunda. No eran pocos los sentimientos encontrados que pudieron cruzar por su mente en aquel momento, menos aún al descubrir que de aquellos encuentros tuvo fruto el nacimiento de una niña, llamada, al igual que su madre Raimunda.

Podemos imaginar el impacto que pudo tener en José de Murga tal noticia, se había casado con su propia hermana, podemos intuir la reacción de ambos al volverse hacia el fruto de su amor, aquella pequeña criatura, que habían dado a luz poco atrás. José y Raimunda habían tenido descendencia, una pequeña que había recibido el mismo nombre de su madre y su abuela. 

 

Y aquí es cuando empiezan nuestras leyendas.

Unas dicen que la pequeña Raimunda fue enviada a un monasterio, otra que fue enterrada o emparedada.

La tan famosa casa de muñecas, que se supone fuese uno de los lugares de recreo de la pequeña Raimunda, ha acabado siendo un almácen. Tan nombrada casa tiene fama de ser la prueba de que la pequeña Raimunda existió. Si tenéis la oportunidad de visitar la Casa de América no dudéis en visitarla y contarnos vuestras sensaciones.

domingo, 7 de abril de 2013

MERCADO DE MOTORES


Si hay algo negativo que ha caracterizado a Madrid –bueno, más bien a los madrileños–, es la facilidad con la que se han deshecho de su historia. Durante todo el siglo XX se han tirado palacetes, fábricas y otras joyas que, en lugar de modernizarlas y reutilizarlas, se convertían en nuevos edificios de cemento y ventanas de aluminio. 
Parece que eso ha cambiado, y poco a poco nos adaptamos al modelo europeo en el que antigüedad y modernidad se dan la mano, creando espacios cosmopolitas dentro de edificios con historia. Ese es el caso del Matadero o el Mercado de San Miguel, y más recientemente, el mercadillo mensual en la Nave de Motores de Pacífico. 



Es, junto a la estación fantasma de Chamberí, una de las sedes del Andén 0; esa iniciativa que busca el preservar los orígenes de nuestra red de metro, y que ha sido declarada Bien de Interés Cultural.
El edificio tiene el sabor industrial de principio de siglo, y la enorme maquinaria que guarda en el interior te traslada a los Tiempos modernos de Charles Chaplin. 
No es una nave enorme, como la de los grandes brocantes Belgas. El espacio tenía una finalidad en origen de suma importancia: suministrar electricidad a la red de Metro en caso de insuficiencia, pero no es más que un anexo en las tripas de ese Metro de Madrid que aun andaba en pañales. Eso sí, resulta sorprendente como en tan poco espacio se puede concentrar tanto encanto. 


Pues bien, si buscamos un plan para una mañana de sábado soleada, la Nave de Motores nos ofrece el primer fin de semana de cada mes un mercadillo vintage, acompañado de música en directo y tentadores puestos de comida. Ya sea para echar un vistazo a los puestos, sentarse en el improvisado saloncito de sillones viejos, o disfrutar del sol en las terrazas y jardines que lo rodean, el visitante se impregnará de la magia que produce el contraste entre la enorme maquinaria que forma las entrañas del lugar y el bullicio de la gente que se para a ver gafas vintage, un puestecito de artesanía o los percheros llenos de prendas de los sesenta. 
Y si quieres rematar la visita, siéntate en la terraza al sol, a disfrutar de una buena hamburguesa hecha en el momento, o una tapa de delicioso jamón recién cortado. 



Un rincón escondido en el centro de Madrid con sabor a Europa y lo mejor de España; buen tiempo y buena comida. Binomio perfecto. 


Lugar: Valderribas 49

¿Cuándo?: El primer fin de semana de cada mes.

Horarios: De 11:00 a 19:00 en horario de invierno, y de 11:00 a 22:00 en su horario de primavera y verano. 

viernes, 5 de abril de 2013

LA CASA DE LAS SIETE CHIMENEAS



Madrid, como misteriosa dama que es, esconde un secreto en cada pliegue de su cuerpo. Perderse entre sus calles puede llevar al más afortunado a encontrarse ante un nuevo descubrimiento que permanecía oculto ante nuestros despistada mirada.

Tal es el caso si nos desviamos desde la Gran Vía para llegar hasta la Plaza del Rey; allí, ante la atenta mirada de la estatua de Jacinto Ruíz y Mendoza se levanta el edificio que alberga actualmente el Ministerio de Cultura. Es muy posible que hayamos pasado junto a su sombra sin darnos cuenta de las leyendas que desprenden sus piedras.


La conocida como Casa de las Siete Chimeneas ha sido testigo de acontecimientos históricos y pasionales que han hecho aumentar su número de habitantes a un fantasma que deambula por su interior. Cuál de las leyendas que se cuenta sobre su origen es algo que desconocemos.


La primera de ellas nos habla de un amor desafortunado: uno de los monteros de Felipe II construyó la casa y se la entregó como regalo a su hija Elena tras sus nupcias con el capitán Zapata. Matrimonio cuya felicidad duraría poco, pues al poco de la boda Zapata parte rumbo a Flandes donde fallece. Elena, desconsolada, aparece muerta en su lecho desapareciendo su cadáver desaparece para no ser encontrado jamás. Quizá el paradero de su cuerpo fuese una incógnita, pero no los rumores que empezaron a circular sobre el fantasma de una mujer que comenzó a deambular entre las siete chimeneas que coronan la casa, caminando entre ellas para llegar al final del alero, arrodillarse, golpearse el pecho y tras ello desaparecer.

La segunda de las leyendas nos presenta a otra joven, o quizá la misma, siendo ésta amante del rey Felipe II. Las malas lenguas se dividen entre las que dicen que fue el propio rey quien mandó construir la casa para su amante, simbolizando cada chimenea uno de los siete pecados capitales y, las que cuentan que el edificio sería el hogar de un viejo acaudalado y que dicha joven se convertiría en su esposa de conveniencia. Al poco de celebrarse la boda aparece sin vida en los sótanos de la casa con un puñal enterrado en su pecho y rodeada por las arras, que el mismo rey se había ocupado de entregar como regalo de bodas, esparcidas a su alrededor. Su fantasma se pasea por los sótanos acompañada del tintineo de las monedas.

Leyendas, al fin y al cabo, que conviven con uno de los edificios con más historia de Madrid. Leyendas que pueden tener más de realidad de lo que parece, o al menos así pareció cuando, durante las obras de acondicionamiento del edificio para el Banco de Castilla, se encontró el esqueleto de una mujer en sus sótanos, junto a ella unas monedas de la época de Felipe II.