domingo, 31 de mayo de 2015

Cata de Casimiro Mahou: Un mapa de Madrid con sabor a malta.

Como buena hija del barrio de las Injurias que es la que aquí suscribe, el pensar en Mahou me lleva directamente a mi adolescencia y al olor a cebada fermentada que invadía el paseo Imperial. Los enormes gigantes que guardaban la cerveza formaron parte de mi vida hasta que la fábrica de Mahou se tiró abajo en 2011. Más allá de eso, lo que sabía de la marca se limitaba a lo que conoce cualquier español: que Mahou es la cerveza más famosa y consumida en nuestro país. No imaginaba cuán ligada estaba a la ciudad de Madrid, ni sabía que, a través de su historia, puedes hacer un recorrido por nuestra capital. 
 


Con motivo del lanzamiento de una colección especial basada en la vida en nuestra ciudad de Don Casimiro Mahou, Mahou San Miguel invitó el pasado viernes a Mimadridmemima a una selecta cata de las cuatro cervezas que forman la edición especial.

Se nos citó en un piso de la calle Españoleto, decorado con mimo hogareño, en el que destacaban copias de retratos decimonónicos y mobiliario antiguo sobre las paredes de color blanco roto. En el centro del pequeño bajo, una mesa enorme estaba preparada para nosotros con distintos vasos, una colección de tarros con cereales, especias y flores de lúpulo, y en el cetro un enorme bloque de hielo que refrescaba la sala al tiempo que la cerveza calentaba nuestros cuerpos.

Fuimos recibidos de lujo por Álvaro, quien amablemente se había puesto en contacto con nuestra página para ofrecernos este evento, Guada, que sirvió de perfecta anfitriona y Javier quien enseñó a nuestro grupo de entendidos solo en cañas de bar y litronas de parque, a cómo saborear, distinguir y convertir en experiencia sensorial el tomar una cerveza.



 
Antes de ello, y con todos salivando de ganas por probar una de esas preciosas botellas de etiquetado vintage, Javier nos dio una breve lección de historia sobre el vínculo entre nuestra ciudad y Casimiro Mahou, artífice, que no fundador, de la primera fábrica de cerveza que lleva su apellido.

Casimiro Mahou nació en la Lorena francesa en 1812, pero los continuos conflictos entre Francia y Alemania por la región, obligaron a la familia a emigrar. El destino elegido fue nuestro país, y Casimiro llegó a nuestra ciudad con ambiciones y espíritu emprendedor. Su primer negocio fue una fábrica de papel pintado en el barrio de Maravillas, un producto reservado para la aristocracia y que Casimiro quiso popularizar entre la clase media para abrir mercado. Dejó el negocio a su socio a pesar de que cosecharon tanto éxito que llegaron a proveer a la Casa Real. Pero las inquietudes del señor Mahou lo llevaron a emprender un nuevo proyecto en Amaniel, donde abrió la fábrica de oleos y pinturas El Arcoíris. Pero Casimiro Mahou siempre tuvo en su cabeza la idea de fundar una fábrica de cerveza. La tradición que traía de su patria sumada a la calidad del agua madrileña, aseguraba un buen producto que podría llegar a popularizar la bebida en un país en el que la cerveza seguía considerándose exótica y no podía competir con el vino o los licores. Desgraciadamente, Casimiro Mahou murió en 1875, antes de poder ver sus planes hechos realidad. Fueron sus hijos los que tomaron su testigo y compraron la fábrica de hielos El Polo Norte, también en Amaniel. En 1890 comenzó la fabricación de cervezas Hijos de Casimiro Mahou, aunque popularmente se conocía como Cerveza El barril por el dibujo que acompañaba sus carteles publicitarios. De aquella primera fábrica solo se conserva la fachada, que ahora pertenece al Museo ABC. Al comienzo del siglo XX la familia Mahou amplió sus instalaciones comprando la fábrica de malta de Marcenado. 
 
 


Como nunca hay suficiente historia de Madrid, escuchábamos todos muy atentos, pero hubo un alivio general cuando Javier dijo “Guada, sirve la primera, por favor". No sabíamos entonces que tendríamos que ganárnoslas con un examen visual, olfativo y gustativo. Pero como con todos los placeres, alargar al máximo la espera hizo que el llevar el cristal hasta nuestro labios supiese a gloria.

La que inauguró la cata fue Amaniel. Una cerveza brillante y dorada por la malta caramelizada, de burbuja pequeña y rápida como la de un vino de aguja. En nuestra ignorancia, aun nos olía sencillamente a cerveza. Pero en cuanto Javier nos dio las pistas pudimos notar el olor dulzón que deja paso a un suave perfume floral por el lúpulo. El sabor equilibra el dulzor de la malta tostada con un amargor suave, pero persistente. La más parecida a la caña de toda la vida gustó a todos mucho, pero sin impresionarnos especialmente.

Para Marcenado ya nos fuimos soltando, no resultaba nada difícil notar la diferencia. Marcenado, es turbia por la presencia de la levadura en suspensión, se compone de malta de trigo y cebada y huele a plátano maduro. ¿El sabor? Dulce y suave. Pensado para papilas que no aguanten bien el amargor, esta es una cerveza refrescante y fácil de beber.

Con Maravillas había que agarrarse fuerte. De color ámbar anaranjado y espuma tostada, huele a caramelo y cáscara de cítricos, pero en esta ocasión en cuanto entra en tu boca se engancha con uñas a los laterales de tu lengua. Perfecta para disfrutarla despacio, cambió por completo de sabor al acompañarla con un maridaje de ibéricos, tras el cual se acentuaba su dulzor. 

Por último, nuestro tour gustativo terminaba en Jacometrezo, calle en la que se sirvió la primera cerveza Mahou. El color cobre y brillante con espuma casi parda, anunciaba que estábamos ante otra bomba. Su olor afrutado, recuerda una vez más a plátano, aunque aquí se perciben ligeramente un perfume especias, algo que se intensificaba al gusto, con un suave sabor a clavo. No fue lo que esperábamos, Jacometrezo es intensa sí, pero el amargor es tan ligero que desaparece rápido dejando un sabor dulce y prolongado en la lengua.


Las casi dos horas de reunión pasaron entre risas y cervezas, como en cualquier cita con amigos. Nos levantamos con la sensación de que nuestra próxima caña nos sabría más vulgar, pero que seríamos más conscientes de toda la historia que guardaba dentro. La historia de siete generaciones, la historia de 120 años de un negocio familiar que ha llegado a dar nombre a la cerveza más consumida en nuestro país. Un sabor que recorrió en su origen las calles de Madrid, y que la colección Casimiro Mahou reúne en estas cuatro botellas. Si, Madrid es para pasearlo, pero un tour con amigos alrededor de una mesa, con un par de botellines llenos de aromas y sabores escondidos es algo que no te puede ofrecer ninguna guía turística.



No hay comentarios:

Publicar un comentario