domingo, 17 de enero de 2016

Cuando un coliseo es el primero en decirte hola

El río, la carretera, el estadio
Foto: J.Pablo Cózar


Para un madrileño de nacimiento debe ser muy difícil citar a bote pronto su primer recuerdo de Madrid. Para los que somos de fuera suele ser algo más sencillo, es difícil olvidar la primera vez que llegas a esta ciudad. Desconozco como será aquel recuerdo para aquellos que llegaron por primera vez en tren o en avión, o por cualquiera de las otras carreteras que no son la Nacional IV, pero para muchos de los que venimos de Andalucía occidental el recuerdo está claro: la M-30 a su paso por el estadio Vicente Calderón. Y uno podría pensar que habla la nostalgia de aquel niño noventero que se asombraba con esos coliseos modernos que son los estadios de fútbol, pero si casualmente oyes en cualquier plazuela de Jerez a unos chavales hablando de su primera visita a Madrid, inevitablemente alguno grita aquello de «pasar por debajo del Calderón» sin tener ni idea siquiera de que es Arganzuela.

Por aquellos azares del destino resulta que la M-30 es solo unos años más joven que el estadio del Atlético de Madrid, por lo que su matrimonio queda atado hasta que la muerte, o la Peineta, los separe, pero eso es otra historia. Desde los años 70, aquellos que entran por primera vez por el nudo sur se lo encuentran de golpe, como algo inesperado. Quizá hoy en día con tanto rascacielo tardío, hijo del concubinato de ex alcaldes y empresarios de la construcción ya no impacte tanto, pero ese túnel queda en la retina del que no lo va buscando.

Y sorprende porque casi nadie viene a Madrid solo con la intención de ver ese estadio, pero a los que venimos del sur fue lo primero que nos dio la bienvenida. Y no tiene que ver nada con filias o fobias deportivas, tiene que ver con la memoria y el primer recuerdo de una ciudad que luego, con los años y el conocerla, tanto nos ha dado a algunos.

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